Mediterráneo (Dedicado a mi hermana Neus).

Un mar plácido y sereno susurra su monótona melodía al vaivén de las pequeñas olas. A los fugaces reflejos plateados se unen turquesas y zafiros ; a lo lejos, manchas espaciadas de un azul oscuro e intenso.
   Sobre la arena ,entre pálida y oro, no hay más pisadas a esta hora que las propias, la humedad de la serena nocturna, y las de las gaviotas corsas de pico rojo que duermen en la playa. En el rompiente trocitos de conchas se escurren entre la arena llevadas por el mar, al otro lado las dunas, con su verde ceniciento de quien se resiste a desfallecer y en lo alto de una de ellas una explosión blanca de lirios dunares , delicados y relucientes. Con un telón de fondo de mirtos, pinos y más allá, encinas.
   La brisa del amanecer levanta aromas de yodo y salitre, mientras avanzo hasta un tronco, que el último temporal de Levante dejó varado, me siento y contemplo el sol levantarse, pintando el cielo de algodones grises alargados con motas de azul cyan, los pinta luego de laca rosa suave que va subiendo de tono al subir el nuevo día los peldaños.
   A lo lejos una pequeña barca, un llaut, se afana en llegar a la banderola que marca su red, hay que recoger temprano o se pierde precio, se desliza por el agua con un ligero vaivén y la olas que provoca llegan a mis pies.
  Sigo mi camino, se fueron los colores carmesí y solo quedan algodones blancos y alargados sobre un fondo azul celeste. Los turquesas son ahora más intensos, los azules más profundos y ,al calor, los pinos lanzan su aroma al viento.
  A las orillas de esa agua entre fresca y templada, donde juegan los niños, donde las ancianas refrescan sus pies doloridos, donde los adolescentes esconden el primer amor y los padres recuerdan su infancia; en esas orillas que pisaron griegos, fenicios, romanos y cartagineses, nací, crecí, amé, lloré y reí  yo también.
  Quizá por todo eso no puedo vivir sin él, ni tan sólo lejos de él.