CAPITULO
1
El
viaje de Don Faustino.
El
eco de las campanas llamando a difuntos llegaba hasta la cabaña. Su
lento gemido resonaba en el valle que a cada tañido respondía en
voz baja. Sonido quejumbroso y triste.
El
sol moría entre las montañas en un cielo que amenazaba lluvia. Era
otoño, tiempo de castañas, estufa y parsimonia.
Ruth
se había adueñado de su regazo y dormitaba con un suave ronquido.
Una oreja tiesa y alerta. Inés entró con su ímpetu habitual:
-
Pero ¿aún estás así? ¡Y con la gata encima!
-
Solo tengo que ponerme las botas.
-
¿Botas con el traje? ¡Te pones los zapatos negros! y procura que
estén bien limpitos.
-
Sí, cariño.
En
el año que llevaban compartiendo su vida si algo había aprendido
era a no llevarle la contraria. De hecho, dudaba que el mismísimo
Lucifer tuviera arrestos para ello. Aquella mujer habría llegado muy
arriba en el escalafón militar de habérselo propuesto, no le cabía
la menor duda de ello.
No
sin cierto esfuerzo, consiguió que Ruth bajase de su regazo. Se
quitó sus cómodas pantuflas y suspirando se calzó los zapatos. De
fondo oía las idas y venidas de Inés. Ató cuidadosamente los
cordones y pasó el cepillo a sus pantalones para quitar el pelo de
la gata. Con un grito hizo saber que estaba listo y esperó la
réplica que llegó en forma de:
-
Cinco minutos y estoy.
Sonrió
para sus adentros, aquella frase significaba tiempo suficiente para
un buen café y uno o dos cigarrillos. Se coló en la cocina y
preparó su vieja italiana de siempre; mientras miraba de reojo las
modernísima cafetera de trescientos euros, que hasta avisaba con
música cuando el café estaba listo. Puso a su cuarentona al fuego y
se dedicó a liar el cigarrillo mientras ella hacía su parte. Del
vasar cogió una taza con asa, lucía un serigrafiado en sueco, con
la bandera del mismo país de fondo. La cafetera avisó y su
contenido pasó a la taza. Salió de puntillas hasta el porche, la
voz retumbó tras él:
-
¿No te estarás preparando un café? ¡Mira que ya estoy!
Eduardo
se sentó en la mecedora y encendió el cigarrillo, soplaba el café
de vez en cuando.
Cuando
ya no quedaba café , el segundo cigarrillo llegaba ya al filtro y
tanto sus pies como sus orejas estaban helados, apareció Inés con
prisas:
-
¿Vamos? No quiero llegar tarde al entierro.
-
Tranquila no creo que a Faustino le importe esperar un poco. Si algo
tienen los muertos es tiempo y paciencia, su principal trabajo es
esperar a que los vivos les hagan compañía.
Dicho
esto, se levantó y fue hasta el carrillón. Atrasó las manijas una
hora.
-
¿Ves? Vamos sobrados de tiempo. Aún faltan cuarenta y cinco
minutos.
Si
las miradas matasen habría caído fulminado en aquel preciso
instante. Era consciente de que le esperaba una semana sin proteínas
en el plato, ni carne en la cama.
Subieron
al viejo Santana, el híbrido estaba en el taller y no encontraban el
problema, cosas de las nuevas tecnologías. Puso la radio en marcha y
un especial "copla española" amenizó el viaje. Llegaron a
la plaza de la Iglesia en pocos minutos y dejaron al abuelo de Víctor
Manuel picando carbón.
Todos
los vivos de la aldea estaban ya arremolinados frente a la puerta, la
mayoría callados, algunos cantando parabienes del difunto. Costumbre
esta muy española, los que más te odian en vida son los que más te
alaban en muerte.
Las
puertas de la Iglesia se abrieron y Don Cipriano cumplió con su
cometido. Luego un corto paseo de apenas unos pasos hasta el
cementerio anexo a la Iglesia y directo al hoyo. Era lo bueno del
último viaje en una aldea como aquella, ni el muerto necesitaba
biodraminas, ni los vivos respiración asistida. Todo estaba pensado
para que el último adiós fuera breve, en todos los sentidos.
El
fallecido se llamaba Faustino, aunque en el pueblo era conocido como
"el palomo", ya pueden imaginar el motivo. Aquello fue una
maldición para una familia "de bien", un varón que no
gustase de hembras no era bien visto en aquel entonces. Ni aún ahora
en según qué zonas o estratos de la sociedad.
Sus
padres poseían lagar y quesería. Un extenso campo de manzanos. Buen
terreno de pastos y un centenar de vacas lecheras. La casa familiar
era grande y con buenos acabados, ya se sabe que la fortuna de unos
es la envidia de otros.
Desde
la infancia sus inclinaciones, con la predisposición al contoneo, le
hicieron ser el blanco de chanzas y bromas de sus compañeros de
clase. Incluso del propio maestro. Sin embargo, Faustinito, aguantó
con estoicismo todo ello. Incluso la vez que su padre, dispuesto a
enderezar aquella desviación, le llevó a una casa de señoras de
moral distraída en Santander. La "madama" fue clara al
respecto: "a este gorrión no le va el alpiste salado".
A
los treinta años se quedó sólo. Sus progenitores fallecieron en el
plazo de un año, primero su padre, luego su madre. Decidió entonces
que la aldea le quedaba pequeña y fue a vivir a Santander. Desde
allí siguió con los negocios de la sidra y el queso, empleando a
los que antes se rieron de él. Ahora le llamaban Don Faustino y
descubrían su cabeza, mirando al suelo, cuando trataban con él. A
los cincuenta conoció al que sería su pareja estable, Fermín, un
andaluz emigrado desde Córdoba. Salió de allí por piernas
esquivando las piedras de sus vecinos de barrio. Bien sabido es que
no hay deporte más español que lapidar homosexuales. En general a
todo aquel que sea distinto al resto.
A
los setenta, con el bolsillo bien lleno, decidió que ya era hora de
liquidar negocios y vivir la vida sin preocupaciones. Una
multinacional francesa no le hizo ascos a comprar la marca siempre
que la quesería se cerrase y así fue como una buena parte del
pueblo se quedó sin ingresos. Ya no había quesos ni sidra que
fabricar. Los frutales murieron por descuidados y las vacas pasaron a
tener nacionalidad francesa.
Celebraban
su ochenta cumpleaños, en su pisito de Santander con vistas a la
bahía. Fermín se había lucido con el menú; mariscos, carnes y un
bonito pastel de cumpleaños, todo a través de un catering. Eran
diez en la celebración y sólo seis salieron vivos del hospital. Las
ostras gratinadas fueron su perdición.
Al
morir ambos la herencia quedaba en parte pendiente. Faustino había
legado todo a Fermín mientras este viviera. Al fallecer ambos el
asunto cambiaba y casi todos los aldeanos estaban citados para la
lectura del testamento. Además, tenía su parte de morbo ver como
enterraban a “el palomo” en un lujoso ataúd de roble, un poco
más alto de lo normal, y saber que sobre su pecho descansaba la urna
con las cenizas de Fermín. Una lástima que no hubiera habido
velatorio.
Eduardo
no estaba citado para la lectura, aunque tuvo trato con él. Por ese
motivo, Inés, enterada, le obligo a asistir al funeral. A fin de
cuentas, todas las navidades les llamaban para felicitarlos.
Por
un motivo u otro la iglesia estaba al completo, incluyendo al grupo
de amigos de los difuntos venidos desde varias comunidades. Todos
ellos habían aparcado sus vehículos urbanitas en la plaza.
Durante
la misa previa al sepelio el ruido de los truenos puso música de
fondo, mientras el ataúd descendía al foso el cielo empezó a
descargar una espesa cortina de agua. Todos entraron a la carrera,
aquello iba para largo, el cielo era la panza de un grillo y no tenía
pinta de parar de llover en un buen rato.
Eduardo
decidió salir al pórtico de la iglesia y liarse un cigarrillo.
Estaba en la primera calada cuando se dio cuenta de algo a lo que
nunca había prestado atención: Todos los edificios alrededor de la
plaza estaban elevados dos metros por encima del nivel de la misma.
Le pareció preocupante.
Más
fumadores, incluyendo algún amigo del difunto, salieron al pórtico.
Llevaban dos horas de lluvia constante y espesa que casi impedía la
visión. El
nivel del agua había subido y estaba ya a
un metro por encima del nivel
del suelo.
Encendía el cuarto cigarrillo, con bronca de Inés de fondo, cuando
vieron pasar a Teófilo. Le
seguía de
cerca Lucía. En
su persecución el Smart de uno de los amigos. Tras el vehículo,
con sus luces de emergencia destellando y la alarma disparada.
Esteban, que fue párroco antes que Cipriano, iba
a la zaga.
Uno tras otro los fallecidos de los últimos años iban desfilando.
Finalmente apareció Faustino, con su flamante ataúd en roble,
sellado herméticamente, que flotaba más que los antiguos e iba
avanzando posiciones.
Una
voz afeminada sonó tras ellos: “Esta pareja, mira que les gusta
viajar de manera exótica”
Faltaba
un palmo para que el agua inundara al suelo del pórtico. El resto de
los coches emulaban al pequeño urbano camino del torrente.
Don
Cipriano miraba atónito el espectáculo. Nunca en toda su vida de
sacerdocio había visto huir de aquella manera a un grupo de difuntos
de un camposanto. Eduardo, que veía como palidecía por momentos su
curita, intervino: “¿Recuerdas cuando me contaste lo de que era
tradición aquí poner una piedra sobre el ataúd? Lo achacaste a una
superstición, que el muerto no pudiera salir. Bueno pues en parte
tenías razón: era para que no saliera.”
Justo
cuando el féretro de Faustino era engullido por el torrente dejó de
llover. El nivel del agua tardó casi una hora y media en bajar
hasta una altura asequible para llegar a los coches, es decir a nivel
de la rodilla. Hubo que recurrir al tractor para recuperar un par de
ellos. El Smart, junto con los difuntos, acabó en alta mar.
Exceptuando el ataúd de Mateo, que quedó anclado frente a la
Taberna, fiel a su costumbre en vida.
Don
Sisebuto.
Cuando
el nivel del agua menguó de forma ya definitiva el personal fue
cambiando de templo. De la iglesia a la taberna. Ya se sabe, en este
país se adora por igual al Dios del Perdón que al Espíritu de la
Cerveza.
Pablo,
tras la barra, tomó el relevo a Don Cipriano; cambiando citas
eclesiásticas por cervezas bien tiradas, cafés con leche calientes
y algún que otro vermut.
Nadie
prestó atención a Sisebuto. Menudo en altura y formas, con barba
corta en punta, melena engominada y repeinada; vestía traje de pana
en color marrón oscuro, camisa de fibra en color crema y calzaba
unos zapatos de charol brillante en pie grande, no más allá de una
talla 36. Las dos únicas moscas que habían sobrevivido al chaparrón
revoloteaban alrededor de su cabeza, atraídas por el tufillo
indescriptible que el desprendía.
Los
aldeanos pensaron que era un amigo del difunto. Los amigos que era un
aldeano. Se apoyó en la barra y de puntillas pidió un orujo, su
cabeza apenas sobresalía por encima del borde, de no haber sido por
la barba le hubieran tomado por un chaval. Estaba disfrutando de la
bebida alcohólica cuando notó un calor en el pecho, disimuladamente
echó una ojeada al bolsillo interior de su americana, dos frasquitos
brillaban en su interior. “Pan comido” pensó para sus adentros,
ya llegaron al mar. Miró a su alrededor, tenía la capacidad de leer
la mente de las personas y aquella taberna era una auténtica delicia
para sus ambiciones. Casi todos los humanos pensaban en la herencia.
Todos menos el cura, algo natural, y un tipo llamado...se concentró…
Eduardo, eso es. Su acompañante tampoco parecía interesada en
herencias, pero sí en unas cortinas de raso y … ¡vaya! Estaba
preocupada por la celulítis en sus caderas y el decaimiento de sus
senos. No era un objetivo prioritario, pero casi cualquier mujer
presumida era una posible presa. Eso le enseñaron en la Academia
especializada.
Decidió
aprovechar el momento en que el acompañante se ausentó para ir al
baño. Asaltó a Inés:
-
Buenos días, señora.
-
Buenos días.
-
Verá creo que Vd. y yo podemos llegar a un acuerdo.
-
¿Un acuerdo sobre qué?
-
Sobre sus caderas y sus senos.
El
bofetón retumbó en el interior de la taberna con mayor fuerza que
cualquiera de los truenos de la tormenta. El silencio se hizo en la
sala de forma repentina, todos se giraron hacia el origen del
estruendo. Sisebuto mantenía a duras penas el equilibrio mientras
balbuceaba:
-
Señora creo que me ha malinterpretado, yo pretendía solventar su
problema de senos fláccidos.
El
segundo no fue menor que el primero y equilibró los carrillos de
Sisebuto al tiempo que lo hacía volar en el aire. Con buen criterio
decidió hacer un mutis por el foro.
Ya
en su cueva se palpó la cara, los manotazos casi le desencajan la
mandíbula. Un premolar y dos muelas bailaban en sus encías,
dispuestas a abandonar su lugar. Hablaba consigo mismo mientras se
miraba en el espejo:
-
Qué las mujeres presumidas son almas fáciles decían en la
academia. Que eran pan comido para cualquiera decían ¡De las tortas
que sueltan no hablaban, no!
Sisebuto
era un diablillo de tercera categoría, recién licenciado en la
Academia de Altos Estudios Luciferinos, con un máster en “Captura
de Almas por Contrato”. Aunque había conseguido ser el número
tres de su promoción debía obtener experiencia como becario, sin
paga, durante al menos un año y para ello su director inmediato le
había enviado a Cantabria, con el objetivo de capturar cinco almas.
Debía valerse de su ingenio y del contrato modelo A-115, disponible
en la web. En el se especificaba que a cambio de un deseo cumplido el
mortal cedía su alma.
Su
vida mortal, como David De Salazar notario salmantino, le había dado
las herramientas necesarias para cumplimentar el complicado
formulario de veinte páginas y que, por una fuga de Capital
Intelectual, dio pie al primer formulario usado por la Hacienda
Pública de varios países. Su versión más reducida fue usada por
las compañías eléctricas, como factura.
Carecía
del don de gentes necesario para engatusar al personal, así que
decidió enrolarse en el curso académico de promoción para poder
dejar el puesto asignado en el inicio de su estancia: “higienista
anal”. Consistente en limpiar dicho punto anatómico de los diablos
de clase superior. No hubiera estado mal, no era un trabajo
complicado, si no fuera porque el instrumento a usar era la propia
lengua y nunca se sabía que bazofia habían comido, ni cuando iban a
expeler el resultado.
Tres
largos años de estudio le llevó conseguir la titulación, para el
máster tuvo que presentar los créditos obtenidos con la limpieza de
mil anos, fuera de jornada laboral. Únicamente dos diablillos le
superaron en puntuación en el examen, pero tenían ventaja, en vida
se dedicaron a la política; ya sobresalían como higienistas y
destacaban aún más en la academia en los apartados de “engaño”
y “soborno”. Puntos muy valorados a nivel infernal.
En
su vuelta a la vida mortal le asignaron
un nombre nuevo
y tras ello amaneció en una cueva cántabra, sin más.
La
cueva tenía lo esencial: un jergón en el suelo donde dormir, un
cubo para las necesidades, un espejo para el afeitado, un vaso con un
cepillo de dientes desgastado y un chorro de agua helada, que caía
del techo, haciendo
las veces de ducha. No había cocina ni nada similar, cualquier
insecto o alimaña eran alimento y mejor si estaba crudo, así no
perdían propiedades alimenticias.
Tuvo
la suerte de conocer a Fermín, que le presentó a Faustino y, bajo
el condicionante de navegar juntos en un crucero con destino a
Islandia, firmaron el contrato ¡Dos almas en menos de una semana!
Aquello pintaba fácil. La espera tras las exequias para leer el
testamento y su contenido le proveerían de otras, o eso esperaba.
Ahora, con ambos carrillos hinchados como globos, se recriminaba a si
mismo por haber sido demasiado ambicioso y confiado. Decidió dormir
un poco, no iba a necesitar almohada.
Eduardo
salió del baño y encontró a Inés con cara de preocupación. Los
poderes de Sisebuto podían eliminar partes de la memoria reciente y
eso había hecho antes de salir por la puerta. Nadie se acordaría de
él.
-
¿Estás bien? Te veo preocupada.
-
Dime la verdad ¿te parece que tengo más caderas que antes?
El
sistema de alarma temprana, disponible como opción para el género
masculino, disparó sus alertas. Una voz subconsciente empezó a
organizar la defensa: “¡Entrando en Defcon2! Rápido, desactivar
el módulo de respuestas sinceras. Activar el de mentiras por
supervivencia”
-
No, cariño, tienes las justas y necesarias.
-
¿Seguro que no estoy más gorda?
-
¡Que va! ¡Estas más apetecible!
-
Y de mis senos qué opinas.
Las
sirenas aullaron en la cabeza de Eduardo “¡Defcon1! ¡Ojos mirando
los senos fijamente¡! Libido en acción¡¡Imaginación piensa en la
delantera de Angelina Jolie! ¡Antes de operarse gilipollas!
¡Mierda…no funciona…piensa en Sofia! ¡La pescadera no, la
Loren! ¡Cuando joven! Erección en curso ¡Sibarita te has vuelto!
-
Cariño, que me matas, pero ¿no ves lo que provoca eso?
-
¡Uy! Siéntate y disimula, que viene Don Cipriano.
“Uf,
volvemos a situación Defcon3. A pasado el peligro. Libido prepara
los sistemas para una sacudida nocturna.”
Cuando
el cura se sentó a la mesa Inés lucía risueña y un extraño
brillo iluminaba sus ojos. Prefirió no preguntar y pedir un vermut
rojo.
Singladura.
Poco
a poco los fugados del cementerio fueron apareciendo. Las capturas de
camarones, gambas y centollos aumentaron durante la semana que
precedió a los hallazgos. Incluso hay quien dice que estaban más
sabrosos. Uno a uno fueron apareciendo los difuntos en la playa,
llevados por la corriente, incluyendo al pequeño utilitario. Todos
salvo el féretro de Faustino y Fermín.
Se
celebraron nuevos enterramientos, aunque en el caso de Lucía, la más
veterana del grupo, poco quedaba de ella y menos aún tras el baño.
Apenas unos pocos huesos que se mantenían unidos por medias y
refajos.
El
ojo de cristal de Don Teófilo fue recuperado por una niña, pensó
que era un caramelo hasta que su madre se lo quitó de la boca. La
niña no sufrió daño alguno. La madre sigue tan histérica como
antes. El marido no ha notado diferencia en el comportamiento de
ambas.
Habían
transcurrido dos semanas desde la inundación. Todos habían vuelto a
su sitio y una piedra de buen tamaño descansaba sobre cada uno de
los ataúdes. Sencillos, pino amarillo y cuatro clavos. La Diócesis
no estaba para gastos extraordinarios.
Don
Cipriano miraba el pequeño cementerio desde la escalinata. Todo en
orden de nuevo, cada muerto en su lugar, con su piedra, su misa
póstuma, al fin un poco de calma. Pero la vista se le iba, una y
otra vez, a la fosa abierta y vacía de Faustino. Había algo en ese
charco de lodo que
provocaba
un escalofrío en su columna vertebral.
Faustino
flotaba en el Mar Cantábrico, doblaba el Cabo de Ajo y enfilaba
rumbo al País Vascofrancés empujado por una corriente cálida. La
caja se había sumergido ligeramente, un palmo bajo el agua. La cruz
dorada que adornaba su tapa se había desprendido. Ahora era
invisible para los servicios de búsqueda. Llegó a la altura de
Biarritz y entró con determinación en el Canal de La Mancha.
Un
pesquero francés de bajura paso su quilla por encima abriendo una
pequeña vía de agua. Lenta e inexorablemente el féretro se
sumergía, aunque mantenía una cámara de aire en su interior. Quizá
fuera la suerte o el destino, pero navegar a veinte metros de
profundidad le permitió esquivar las hélices de los grandes
petroleros, cargueros y otros mercantes que abarrotaban el Canal.
Sisebuto
despertó sobresaltado en su cueva. Si el ataúd no cumplía un
mínimo de viaje el contrato se consideraría roto y las almas serían
liberadas. El problema de ser una diablillo, de cualquier categoría,
es que no se podía esperar en modo alguno ayuda divina. Justo
amanecía en el momento que se desveló. Sus carrillos habían
recuperado un tamaño normal y su estómago gruñía. En el infierno
jamás sintió hambre.
La
noche anterior había limpiado de alimañas la cueva. Tendría que
buscar en los alrededores. Un arbusto cargado de cerezas de pastor
fue su primer bocado, un topillo despistado el segundo y ,por fin, un
bocado digno de un gran diablo, una enorme rata de campo que devoró
con fruición. Lanzó un eructo al terminar el festín. Había
dormido demasiado y el tiempo apremiaba.
Volvió
a la cueva y se adecentó lo suficiente como para parecer un humano.
Lavado de cara, peinado, cepillado de dientes…las abluciones
típicas de cualquier humano. Desdeño darse una ducha, hubiera sido
exagerar. Tenía que ejercer de notario en díez días y sus ropas no
eran lo suficientemente serias como para representar el papel.
Usó
sus poderes, cuatro dedos recogidos y pulgar desplegado a pie de
carretera, para que un coche le llevara hasta Santander. Allí
encontraría donde conseguir ropajes adecuados.
Fermín
avanzaba a dos nudos de velocidad, había sobrevivido al paso de
Calais y seguía con rumbo a Rotterdam. Si conseguía superar aquel
punto el contrato se habría cumplido casi en su totalidad. Sin
embargo el féretro, de roble macizo “made in China”, había
empezado a mostrar que no era tan macizo y tras despegarse el chapado
de roble el agua empapaba el papel maché que lo conformaba,
diluyéndose en el mar lentamente. Si un “médium” hubiera estado
allí habría podido oír la conversación:
Faustino
- Hace frio, carallo.
Fermín
- A mi no me digas nada que estoy muy quemado.
Faustino
- Es lo que tiene la incineración.
Fermín
– Tú y tu manía de hacer viajecitos exóticos.
Faustino
– A que te suelto y te las apañas tu sólito.
Fermín
- ¡Ja! Con el embalsamamiento estas más tieso que la mojama,
querido.
Faustino
– Te quejarás. Ya debe faltar poco para llegar a Islandia.
Fermín
– Sólo a ti se te ocurre llevar a un incinerado de vacaciones a un
país de volcanes.
Faustino
– Mira que te lo dije: “escoge la opción clásica”.
Fermín
– ¡No me toque las cenizas!
Sisebuto
se plantó ante unos grandes almacenes en una de las principales
avenidas de Santander. Dudo unos instantes, no recordaba que
existieran tiendas así en el tiempo en que él vivió, a lo sumo
unos ultramarinos más o menos surtidos. Nada similar. Un guarda de
seguridad le saludó al entrar. Diez pasos después una dependienta
uniformada se le acercó y le roció con un nebulizador al tiempo que
le describía el producto: “Es la última novedad en colonias para
hombre, marca Lucifer. Para
los que son auténticos demonios en la noche.” Acompaño la frase
con un guiño travieso y una mirada a la entrepierna del demoníaco
cliente. El ser un diablillo proporcionaba un aparente aparato
sexual, que no tenía mayor función que la de molestar al portador,
era inoperante.
Se
dirigió con decisión hacia unas escaleras diseñadas, sin duda, por
el mismísimo Belfegor. Se movían solas y los humanos simplemente se
posaban en ellas. Eran la viva representación de la pereza. Se quedó
pensativo mirando como aparecía el primer escalón. Un empujón le
llevó a ocupar su lugar en el artefacto. La gente tenía prisa, era
temporada de rebajas y parecían empellidos por una necesidad
irracional de comprar cosas innecesarias.
Dos
cincuentonas se peleaban en la primera planta, sección ropa juvenil,
por un vestido de la talla 36. Calculó a ojo que la que menos
necesitaba una 54 y en aquella sección la talla más grande no
pasaba de la 40 en algunos modelos. Dos dependientas las miraban
desde un rincón cruzando apuestas sobre cual de las dos se llevaría
el trozo de tela cuando una octogenaria, bastón en mano, se les
acercó con un trikini a preguntar si sería de su talla.
Siguió
subiendo. El
gentío cada vez era mayor. Segunda planta: “Moda Señoras”. La
compra compulsiva
que se desarrollaba a su alrededor le pareció digna del buffet libre
de un hotel con clientes del “hogar del fósil palentino”. Sintió
un pellizco en su trasero. Al volverse se encontró con la
octogenaria del trikini que le giñaba un ojo.
Tercera
Planta: “Sección Caballeros”. Al fin había llegado a su
destino. Estaba hojeando en la sección de trajes “listos para
llevar”, confección “Pietro Pascucci”, cuando un amable
dependiente se ofreció a ayudarle. Sisebuto notó la diabólica
presencia al momento. Era un diablo de quinta categoría, su función
era engatusar a los mortales para que en virtud de sus impulsos más
primigenios pecaran y terminaran, con suerte, en el infierno. Una
especie de “becario infernal” que, en vez de hacer fotocopias,
vaciaba tarjetas de crédito y débito. Hablaremos del infierno en
otro capítulo. La plaquita en el pecho le identificaba con el nombre
de Gabriel, al ver a Sisebuto lo identificó como congénere y
procedieron a la ceremonia de la presentación. Dicha ceremonia
consistía en dar vueltas sobre el mismo punto, olisqueando el ano
del contrario, durante al menos un minuto. Por suerte las rebajas
cegaban a los mortales y nadie reparó en dos adultos oliéndose el
culo mutuamente, con sumo deleite. En condiciones normales la
presentación hubiera terminado en un acto de sodomización, del
diablo de menor rango por parte del de mayor. Era la manera de
demostrar quien mandaba. Poco más o menos lo que ocurre con los
mortales entre jefes y subordinados en cualquier empresa. En este
caso de manera menos metafórica.
Sisebuto,
con buen juicio, prefirió dejar el tema protocolario final para
mejor ocasión. No era cuestión de provocar escándalos e importaba
más la reunión. Gabriel hizo lo que pudo con el vestuario
disponible, pero no había tallas suficientemente pequeñas.
Gabriel
le acompaño amablemente hasta la sección infantil y le presentó al
dependiente. Otro diablo, pero este mucho peor, de nombre Serafín.
En su vida anterior había sido fraile director de un coro de voces
blancas. Ya pueden imaginar cuales fueron sus pecadillos. Incluso a
Sisebuto le resultó repelente y no le hizo el honor de oler su
trasero. Clara muestra de desprecio. Cabe decir que Lucifer sabía lo
que se hacía, antes de enviarlo a la vida se preocupó personalmente
de que no tuviera impulsos sexuales de ningún tipo y no es de los
que se anda con pequeñeces ni sutilezas. Por fin en la sección
encontró lo que necesitaba; aunque durante unos instantes dudó ante
un traje de marinerito ,de los usados para la Primera Comunión. Lo
desechó con pena, no le pareció serio para el papel de notario.
Llegados
a este punto es conveniente describir físicamente a Sisebuto: Como
ya ha quedado claro no llegaba al metro cincuenta de altura. Melena
corta peinada estilo “banquero”. Barriga aparente. Paticorto.
Espalda ancha en exceso. Cuello corto y ancho. Barbita en punta y
ojos castaños. Calzaba un 48.
Decididamente
el “prêt a porter” no estaba diseñado para él. El sastre tuvo
que hacer encaje de bolillos para adaptar el vestuario a un cuerpo
tan desafinado. Tendría que volver a recoger todo en una semana.
Ya
que estaba allí aprovecharía para ponerse al día dando una vuelta
por el resto de pisos. Le llamaron especialmente la atención la
sección de electrónica y la de deportes. Allí estaban muchos de
los grandes inventos del departamento de I+D infernal, promotores del
consumismo. Este sustituía al pecado de la gula, ya desfasado y
relegado al olvido. Aún resonaban en su cabeza los gritos de Belcebú
contra los veganos y vegetarianos. Especialmente enfático fue con
los nutricionistas y dietistas.
Belcebú
no era precisamente un don nadie. La afrenta les salió cara a los
herbívoros (así les definía). Creo un infierno especial para
ellos, lleno de carnes, embutidos, aceites grasos saturados y platos
dignos de la estepa siberiana. Ni una brizna de lechuga, ni un brote
de bambú, sólo carne y más carne.
Para
rematar separó ese infierno con un triple cristal antibalas , de
alta transparencia, del de los argentinos y uruguayos. En el cual
solo se servía Tofú y verduritas hervidas o a la plancha.
Con
esa acción potenciaba el sufrimiento de ambas partes. Mala leche no
le faltaba al amigo.
La
sección de deporte, con sus máquinas, le recordó los buenos
tiempos en que se torturaba de forma sádica a los pecadores. Bancos
de remo, bicicletas de spinning, máquinas de pesas, todo había
derivado de los instrumentos usados por la Santa Inquisición para
conseguir las confesiones. No acabo de entender lo de los aparatos
para “Pilates”, a él le habían enseñado que bastaba una
jofaina con agua, una palangana y una toalla de hilo para eso. Pero
lo que más le llamó la atención fue la sección de Yoga ¿Cómo
podían existir cosas para prácticar yoga? Realmente los humanos
estaban un poco locos. Si Buda levantara la cabeza.
Finalmente
en la sección de “running” se encaprichó de unas zapatillas de
colores fosforescentes y precio estratosférico. Cogió un par y se
dirigió al probador con ellas, añadió una camiseta a juego,
“técnica de alto rendimiento” rezaba la publicidad. Completó el
conjunto con unos pantalones elásticos ceñidos en color “verde
pistacho reluciente”.
Hagamos
un alto para hablar un poco de la organización infernal. Para ellos
permítanme hacer un pequeño esbozo de :
Infernus
S.A
Como
cualquier empresa su estructura recuerda la de un árbol de Navidad.
Esta dirigida por un presidente, en este caso se alternan Lucifer y
Satanás en el cargo, más un consejo de administración conformado
por el resto de los demonios mayores.
Habrán
observado que se trata de una sociedad anónima, tiene su
explicación. Las acciones de la empresa se reparten entre
presidentes, consejo de administración, y el “Gran Jefe”. Dado
que poner nombre a este podría llevar a herir susceptibilidades le
llamaremos Don Pepe, pero es el jefe de la parte celestial del tema.
Ya saben quién les digo.
Las
acciones se reparten en un 51% para Don Pepe y el resto se dividen
entre los demás accionistas.
Cuentan
también con consejeros, en su mayoría antiguos miembros de la
Inquisición, o de las ramas más radicales de las distintas
creencias.
Antes
de continuar con la descripción permítanme una aclaración. El
infierno es únicamente masculino. No hay diablesas, ni diablos
femeninos, quien les haya dicho lo contrario miente. Don Pepe, en su
infinita sabiduría, decidió que sólo aquellos entes dotados de
alma podían caer en el pecado. Si tenemos en cuenta que su principal
organización en la Tierra decidió que las mujeres no podían decir
misa por carecer de alma ¿Quién soy yo para llevarles la contraria
a tan doctos teólogos o al mismísimo Don Pepe?
Establecido
el hecho continuemos.
Es
una empresa regida por el sistema de méritos. Como cualquier
multinacional. Se asciende de categoría mediante formación
continua, consecución de objetivos y méritos. Todo ello se valora y
provee a cada diablo de un número determinado de “red points”,
que se computan en una evaluación anual juntamente con el director
inmediato del individuo. La evaluación es totalmente subjetiva y el
individuo promocionará de acuerdo a lo que el director decida,
independientemente de la cantidad de “red points” obtenidos
durante el año. Como pueden observar la objetividad es total.
El
objetivo de la empresa es, en esencia, vender un producto a la mayor
cantidad de mortales obteniendo en pago su alma. En su caso cualquier
tentación que los hiciera recaer en uno o varios de los siete
pecados capitales. Ello requiere cierta habilidad para el marketing y
un personal de ventas al mismo tiempo agresivo y bien formado.
Apoyado por varios departamentos subsidirarios que los sustentan.
Otro
de los puntos fuertes de la empresa es la sección de I+D. Uno de sus
grandes hitos fue la creación de internet, supuestamente para
facilitar el intercambio de ideas, aunque en realidad lo era para el
pecado de la carne. Otros muy sonados fueron: la invención de la
telefonía móvil, el tabaco, la minifalda y el “wonderbra”
¡Cuantos pecadores han caído en las redes de los pescadores de
almas por culpa de ellos!¡Y cuantos desengaños no se habrán
llevado con el último!
Los
méritos y los puntos que aportan se encuentran detallados en los
manuales, creados por el departamento de Recursos Inhumanos.
Departamento común a todas las empresas de los mortales.
Existen
barreras departamentales, por supuesto,
solo faltaría que se hablasen entre ellos normalmente y con fluidez.
Evidentemente
no todos los departamentos coinciden con las empresas humanas. El
departamento de Ventas, el
Financiero, el
de Administración
y el de Recursos Inhumanos son comunes. Sin
embargo, existen departamentos infernales específicos para cada
creencia e incluso para los no creyentes. Dentro de ellos se
subdivide por nacionalidad u origen cultural e incluso por pecados.
En cada uno de esos departamentos se dispone de un departamento de
personal, que gestiona contrataciones directas, un servicio de
limpieza, servicios
de tortura y azote, un grupo de técnicos especialistas y ,por
supuesto, becarios.
¿Sorprendidos?
No deberían, es una empresa típicamente capitalista ¿Quién creen
que invento el Capitalismo Liberal? A esa corriente mortal se asignó
a un diablo mayor: Mammón. Con dos emes, no me sean malos. Este se
encargó de que, en la evolución de la especie humana, el deseo de
de propiedades fuera cada vez mayor. Así
pasamos de una civilización de necesidades básicas a una en la que
lo superfluo es general. Su éxito es indiscutible ¿Quién podría
vivir sin el último modelo de teléfono móvil?¿Sin una televisión
de al menos 60 pulgadas?¿Sin un vehículo por miembro de la unidad
familiar? ¿Sin cambiar su vestuario año tras año? ¡Ah,
la moda! Otro
gran invento de Mammón. En tiempos la vestimenta servía para cubrir
las partes pudendas. Protegerse de los rigores invernales. Bastaba
con un quita y pon, mientras una muda se secaba al sol la
otra
se llevaba puesta. Con la invención de la moda todo cambió y los
fabricantes de armarios se hicieron de oro, al mismo
tiempo
hubo
que
inventar la tarjeta de crédito. Otro gran éxito del departamento de
I+D en cooperación con el departamento financiero. Es sabido que los
grandes diseñadores de moda van directos al cielo por su aportación
de almas al infierno, sean cuales sean sus pecados terrenales les son
perdonados por ello.
El
departamento financiero es imprescindible por cuanto muchas misiones
de los diablillos se producen en el mundo mortal ¿No les iban a
soltar mano delante y mano detrás? Hay que dotarlos de pecunio con
el que puedan moverse normalmente entre nosotros. Para ello se creó
en su momento una entidad integrada en el sistema bancario, cuyo
nombre no voy a desvelar. Manirrotos como son por definición los
diablos, el departamento realiza un ferreo control de gastos y exige
justificante de todos ellos mediante los impresos preceptivos.
El
departamento de Administración se encarga de los trámites internos
y de proveer de cualquier tipo de impreso necesario para las
distintas funciones. Aquí encontramos como director a un tal Kafka,
un genio de la organización administrativa.
Como demuestran sus obras literarias en vida.
Como
ya se ha dicho, cada infierno tiene su departamento de personal que
contrata según necesidades. Rindiendo cuentas a los otros
departamentos importantes e imprescindibles en cualquier empresa
capitalista. Esos infiernos son especializados en materia de castigo
y tortura; así en los infiernos de tipo “independentista” el
castigo básico consiste en escuchar el himno del país y
los discursos de los lideres políticos henchidos
de patriotismo.
Por
esclarecer pongo el ejemplo del infierno dedicado a España. En el de
los vascos, navarros y catalanes se ven obligados a oír la “Marcha
de Infantes”, versión cantante pop, es decir con letra, una y otra
vez. Además ,en el caso de los recalcitrantes, se les dan largas
sesiones de discursos del Generalísimo en la Plaza de Oriente. Con
el coro de asistentes gritando aquello de “Viva España”. Juzguen
ustedes la crueldad del tema.
Básicamente
el infernal castigo se basa en someter a los penados a todo lo
contrario a lo que les gustaba en vida.
Sé
que se hacen algunas preguntas:
¿Hay
paro en el infierno? No, la ocupación es siempre del cien por cien,
los excedentes se quedan en el Purgatorio.
¿Quienes
son los becarios? Aquellos que en vida adoraban al diablo en vez de a
Don Pepe.
¿Entonces
mi suegra no va a ir al infierno? Otra vez la respuesta es “no”.
Las suegras, cuñadas fastidiosas y otros entes femeninos del mismo
tipo,se reencarnan al momento en pares iguales, e igualmente
fastidiosos. Se cree que se reproducen por mitosis, para asi
poder cubrir todos los puestos necesarios, pero nunca abandonan la
vida terrenal. A día de hoy no se les reconoce alma, aunque en su
mayoría lo demuestran siendo unas “desalmadas”.
¿Entonces
el plasta de mi cuñado? Ese es un tema aparte. De vez en cuando uno
de esos espíritus femeninos se apodera de un cuerpo masculino, dando
como resultado una singularidad llamada: “cuñado”. No se conoce
como interaccionan alma y espíritu, pero a la vista está que muy
bien no funciona el asunto.
¿Si
el infierno es capitalismo liberal que es el comunismo? Una forma de
infierno en la Tierra para muchos y una forma de vivir bien para unos
pocos. Para todo Yin debe existir un Yan, piensen en ello.
Sin
embargo, lo del alma femenina es algo que ha sido pactado entre Don
Pepe y los demonios mayores. Luego los acólitos del primero se lo
han hecho creer al resto de los mortales. En realidad el tema es muy
diferente ¿Cómo iban a retirar de la circulación a uno de los
mayores proveedores de pecadores? Retirar las almas femeninas al
infierno sería un prejuicio. Imaginemos cuantas almas cayeron en
pecado de pensamiento, en algunos casos de obra, viendo a Rita
quitándose un guante de manera sensual. No digamos las que fueron
infernalizadas gracias a las sinuosas curvas y aparente inocencia de
Marilyn. Llevemos el tema a la actualidad, seguro que se les ocurre
alguna otra fémina lujuriosa que despierta sus ocultos apetitos
animales. Simplemente se las deja en el Limbo, se multiplican y se
reutilizan.
Claro
que Don Pepe puso sus condiciones y no hace falta que las exponga
aquí, de todos son sabidas. Empezando por esa extraña reacción
química en el cerebro llamada “amor”, que obnubila los sentidos,
y la común confusión entre este y el deseo.
Volvamos
al tema de la empresa infernal y veamos un ejemplo.
Paquito,
que aunque su madre era una Santa era un Hijo de ...bueno,eso, muere.
Su alma va directa a la cola del Purgatorio donde los especialistas
en selección de personal, del departamento de Recursos Inhumanos de
Infernus S.A, realizan cribados
periódicos. Su curriculum vitae, redactado por su “angel de la
guarda”, es su presentación. En el se relacionan todos sus pecados
de manera que es fácil saber cuales podrían ser sus méritos al
servicio de la empresa. Se inicia entonces un proceso de selección,
en modo oposiciones, entre los candidatos. No
ha trascendido gran cosa de las pruebas y exámenes que se realizan
en el proceso. Solo
se sabe dos:
Capacitación
para la escucha: El opositor debe ser capaz de aguantar sin dormirse,
ni bostezar, dos discursos de Fidel Castro. Consecutivos.
Criptografía
avanzada: Debe ser capaz de desentrañar un recibo de la compañía
eléctrica sin uso de herramienta de cálculo alguna. Si supera este
punto debe realizar una Declaración de Hacienda con Patrimonio, como
si fuera un autónomo del sector de la construcción. El resultado de
la misma debe ser “A devolver” y no deben notarse las trampas.
Es
notorio que en los últimos tiempos únicamente opositores
procedentes del ramo de las telecomunicaciones han sido capaces de
superar las pruebas en su totalidad.
Supongamos
que Paquito consigue superar las trabas y
ya es un diablillo oficialmente. Se le dota de un identificador
personal, que debe llevar en lugar visible permanentemente. Dado que
los diablos van desnudos el identificador– conocido vulgarmente
como
“badge”- se fija en su pecho con grapas ardientes. El color de
fondo del “badge” indica a qué áreas tiene permitido el acceso
y en qué condiciones. También
le identifica como perteneciente a un determinado “infierno”.
Paquito
empieza así su carrera en la empresa con categoría de diablillo
junior, equivalente a “mileurísta” en el mundo real. Mediante un
programa de formación continua, que le obliga a realizar un mínimo
de horas de
estudio anualmente, fuera
de su jornada laboral, crece en conocimientos que se van añadiendo a
su perfil laboral. Colabora en los trabajos habituales
junto a otros de categoría Senior, de los que aprende los mejores
métodos, hasta llegar el mismo a ser promocionado a esa categoría.
En ese punto empieza la carrera real dentro de la empresa ¿Cual es
su capacidad para pisotear a sus compañeros?¿Dejar en evidencia al
resto?¿Atribuirse méritos ajenos? Si resulta altamente competente
en esos menesteres promocionara al siguiente escalafón. Pudiendo
llegar a Director de Primer Nivel del infierno al que fue asignado.
Es
raro que pueda saltar de ese punto, debido a la compartimentación de
funciones existente en la empresa. A día de hoy no se ha dado ningún
caso, excepción hecha del departamento de Ventas.
¿Ha
quedado claro? Espero que sí, porque toca volver a lo que interesa.
Sisebuto y la aldea.
La
tentación octogenaria: Doña
Remedios.
Estaba
Sisebuto enfrascado en quitarse y ponerse ropa cuando entró en el
vestidor la octogenaria del trikini. Iba armada de un rostro
botulimico cubierto de pinturas de guerra. Senos y glúteos
siliconados, al igual que sus labios. Por un momento nuestro
diablillo no supo como reaccionar, en el infierno no ha sexo femenino
¿recuerdan?
Un
cachete en su trasero le indicó que aquello iba a ir a mayores, como
así fue. Doña Remedios, viuda de militar, con ochenta años recién
cumplidos y que había invertido parte del seguro de vida de su santo
marido en cirugía estética le había echado el ojo a la bien dotada
parte genital de nuestro diablillo. Claro que no podía saber que era
prácticamente inoperante. Sin embargo ella no era de las que se daba
por vencida así como así. Aplicó
en primera instancia sus manos. Pensó deben estar frías porque no
funciona. Arrodillada frente al estupefacto Sisebuto aplicó todo su
poder de succión, los labios siliconados sellaban cualquier fuga de
aire. Quiso el gran diablo que aquello despertará lo que durante
siglos había estado dormido y ¡Ríanse ustedes de los actores porno
profesionales! Doña Reme “la recatada”, como la conocían en sus
círculos sociales, había conseguido el primer hito ¡Una erección
del demonio! Nunca mejor dicho. Se dijo a sí misma “igualito que
con mi Venancio, esto nunca falla”. No sabía la pobre lo que le
esperaba.
Como
ya se ha comentado existe un protocolo demoníaco de olisqueo y
penetración. Aquí no hubo olisqueo pero sí penetración. Aun
cuando había despertado el instinto en Sisebuto este se había
acostumbrado a los métodos infernales así que procedió en función
de ellos. No entraremos en mayores detalles dado que son escabrosos.
Dejo a la imaginación del lector lo que ocurrió en las dos horas
precedentes. Sí, dos horas, si hubieran estado ustedes sin catar
señora durante una eternidad ¿Acaso no hubieran repetido plato?
Sea
como fuere, pasado el primer mal trago, Doña Reme estimó que no
había estado del todo mal y que si conseguía domar mínimamente a
aquel portento de carne, llevándolo al camino “correcto”, sus
anhelos serían colmados. No
se diferenciaba en ello de cualquier otra mujer que al ver al mozo
que le conviene piensa: “tiene defectos, pero ya lo haré cambiar”.
A veces incluso lo consiguen, mediante una rigurosa doma del
interfecto.
Estaba
a punto de cerrar el centro comercial cuando salieron de allí. Doña
Reme colgada del brazo de Sisebuto. No era amor, era necesidad. No
podía caminar bien.
Así
fue como Sisebuto se mudó de su caverna a un pisito en condiciones,
con vistas a la bahía. El destino entre los humanos le sonreía. Su
alimentación no le convencía. “Donde haya una buena rata que se
quiten cachopos” se decía a si mismo. Pero la nueva ubicación le
confería mayor credibilidad y el ejercicio físico que requería
contentar a Doña Reme tampoco le disgustaba. Incluso había empezado
a adelgazar.
Por
otra parte los gritos de Doña Reme durante las sesiones de gimnasia
sexual, ahora por el camino correcto, resultaban gratificantes a sus
diabólicos oídos. “La estoy martirizando como un diablo mayor”
pensaba. Aunque nunca alcanzó a comprender el significado de la
frase, que en pleno éxtasis lanzó la martirizada en cierta ocasión:
“¡Ay, Venancio, que engañada me tenías!ª.
Doña
Remedios era mujer de misa dominical y no estaba para romances raros.
Visto el percal no era cuestión de dejarlo suelto, no fuera que
alguna pelandusca se lo quitara. Así pues al segundo día de
compartir cama le plantó los impresos de boda civil a Sisebuto. Ya
habría tiempo para certificar la unión ante Don Pepe.
Aquello
pilló a contrapelo a Sisebuto. Pero le interesaba la situación y
aunque el pisar una iglesia no le apetecía en absoluto, solo pensar
en ello le producía picores, firmó. Ya veríamos como escapaba de
la ceremonia.
Hay
que tener en cuenta que pisar suelo sagrado, sea cual sea, no es
gusto de diablo alguno. Se le echarían encima las gárgolas, siempre
vigilantes, y esas no se andaban con chiquitas. Primero muerden y
desgarran, luego preguntan. Eso sin contar que todo sería poner pie
una losa bendecida y arder en llamas. Ni imaginar quería lo que
pasaría si debajo hubiera enterrado algún piadoso monje.
Así,
sin quererlo, pasó a ser el primer diablo casado por lo civil de
todos los infiernos.
Era
la mañana del tercer día y hoy tenía que ir a recoger los ropajes.
Taza de café en mano. Brebaje que le recordaba a los ríos de
alquitrán ardiente en que se obligaba a los pirómanos a sumergirse
hasta que su escroto quedaba sumergido.
Antes
había desayunado bien, abrió el armario metalizado al que llamaban
“frigorífico” y allí vio un pollo crudo. No le pareció mal
bocado, echo mano del pollo y quitó el envoltorio, dio un bocado de
prueba. El frio de la nevera le daba un cierto toque cadavérico que
no le disgustaba. Nada que ver con un buen cuervo o una lechuza, pero
no estaba mal del todo. Se zampó hasta los huesos y se preparó un
café.
Se
acercó al ventanal. Justo amanecía y había gente corriendo por el
paseo, con sus vestimentas de “runner”. No había tiempo debía
asearse. Desde que descubrió el agua caliente ya no le molestaba
tanto el aseo. Miró de reojo el dormitorio. Doña Reme estaba
tumbada en la cama, boca arriba, los brazos en cruz, las uñas
clavadas en el colchón, los ojos en blanco, boca entreabierta en
sonrisa de satisfacción e hilo de baba corriendo en su mejilla.
Quizá se había pasado un poco.
Los
diablos no obtienen gratificación sexual del acto como tal. Sin
embargo la propensión a los gritos espasmódicos de Doña Remedios
le hicieron pensar que la estaba mortificando y eso sí le producía
cierto placer. Viendo que a mayor frecuencia y fuerza en la
penetración, más gritaba la dama se había empleado a fondo. Doña
Reme llevaba tres horas en éxtasis continuo.
Los
grandes almacenes no quedaban lejos, podía ir a pie, tras la higiene
personal que ahora observaba como casi cualquier humano. Vestido con
su traje de pana, lavado y planchado con mimo, salió hacia allí. Se
guardó en el bolsillo el juego de llaves que le había dado su
esposa.
Al
llegar al zaguan del edificio se miró en el espejo que lo decoraba.
Habló con su imagen:
-Pues
ni tan mal. Ni vivo tenía yo esta pinta, mejor estaré con los
trajes.
Se
sonrió a si mismo y salió a la calle. El día era fresco pero
agradable. Se sorprendió a si mismo silbando “La Cabalgata de las
Valquirias” mientras caminaba. Era un diablo feliz, que es mucho
decir para un diablo.
Al
llegar se repitió el ritual: saludo del “segurata”, rociada de
perfume, empujón en las escaleras. Consiguió llegar a la sección.
Las rebajas aún seguían. Serafín le atendió al momento,
agradecido por alejarse de una niña en traje de princesita,
intentando hacer tiempo para que aquella pesadilla desapareciera.
Viendo el sufrimiento de Serafín nuestro diablo procuró que todo
fuera rápido. Se fue pensando: “¿qué te habrá hecho el gran
jefe para que la visión infantil obre en aquel enorme diablo tal
reacción? Suerte que lo mio no fue nada parecido.”.
Volvió
a casa tras tomar otro “Cargado, Amargo, Fuerte, Espeso” en un
bar. Reme le había regalado una cartera y le había provisto de
efectivo. Dos horas y media después de su salida volvía a estar en
el piso. Reme ya había vuelto a la realidad. Sentada, con un
almohada entre la silla y sus posaderas, mojaba una magdalena en café
con leche. Le dedicó una mirada de libido satisfecha y gata celosa
al tiempo, mientras hundía otra magdalena en el líquido marrón. La
bolsa de veinticuatro estaba ya vacía.
Sisebuto
dejó los trajes sobre la cama, volvió a la sala comedor y se sentó
en el sillón orejero. Aquella vida no estaba mal, nada mal.
En
el infierno Lucifer sonreía.