sábado, 22 de mayo de 2021

Libro II. Eduardo e Inés: El testamento infernal. (Incompleto)

 

CAPITULO 1


El viaje de Don Faustino.



El eco de las campanas llamando a difuntos llegaba hasta la cabaña. Su lento gemido resonaba en el valle que a cada tañido respondía en voz baja. Sonido quejumbroso y triste.

El sol moría entre las montañas en un cielo que amenazaba lluvia. Era otoño, tiempo de castañas, estufa y parsimonia.

Ruth se había adueñado de su regazo y dormitaba con un suave ronquido. Una oreja tiesa y alerta. Inés entró con su ímpetu habitual:

- Pero ¿aún estás así? ¡Y con la gata encima!

- Solo tengo que ponerme las botas.

- ¿Botas con el traje? ¡Te pones los zapatos negros! y procura que estén bien limpitos.

- Sí, cariño.


En el año que llevaban compartiendo su vida si algo había aprendido era a no llevarle la contraria. De hecho, dudaba que el mismísimo Lucifer tuviera arrestos para ello. Aquella mujer habría llegado muy arriba en el escalafón militar de habérselo propuesto, no le cabía la menor duda de ello.

No sin cierto esfuerzo, consiguió que Ruth bajase de su regazo. Se quitó sus cómodas pantuflas y suspirando se calzó los zapatos. De fondo oía las idas y venidas de Inés. Ató cuidadosamente los cordones y pasó el cepillo a sus pantalones para quitar el pelo de la gata. Con un grito hizo saber que estaba listo y esperó la réplica que llegó en forma de:

- Cinco minutos y estoy.

Sonrió para sus adentros, aquella frase significaba tiempo suficiente para un buen café y uno o dos cigarrillos. Se coló en la cocina y preparó su vieja italiana de siempre; mientras miraba de reojo las modernísima cafetera de trescientos euros, que hasta avisaba con música cuando el café estaba listo. Puso a su cuarentona al fuego y se dedicó a liar el cigarrillo mientras ella hacía su parte. Del vasar cogió una taza con asa, lucía un serigrafiado en sueco, con la bandera del mismo país de fondo. La cafetera avisó y su contenido pasó a la taza. Salió de puntillas hasta el porche, la voz retumbó tras él:

- ¿No te estarás preparando un café? ¡Mira que ya estoy!

Eduardo se sentó en la mecedora y encendió el cigarrillo, soplaba el café de vez en cuando.

Cuando ya no quedaba café , el segundo cigarrillo llegaba ya al filtro y tanto sus pies como sus orejas estaban helados, apareció Inés con prisas:

- ¿Vamos? No quiero llegar tarde al entierro.

- Tranquila no creo que a Faustino le importe esperar un poco. Si algo tienen los muertos es tiempo y paciencia, su principal trabajo es esperar a que los vivos les hagan compañía.

Dicho esto, se levantó y fue hasta el carrillón. Atrasó las manijas una hora.

- ¿Ves? Vamos sobrados de tiempo. Aún faltan cuarenta y cinco minutos.

Si las miradas matasen habría caído fulminado en aquel preciso instante. Era consciente de que le esperaba una semana sin proteínas en el plato, ni carne en la cama.

Subieron al viejo Santana, el híbrido estaba en el taller y no encontraban el problema, cosas de las nuevas tecnologías. Puso la radio en marcha y un especial "copla española" amenizó el viaje. Llegaron a la plaza de la Iglesia en pocos minutos y dejaron al abuelo de Víctor Manuel picando carbón.

Todos los vivos de la aldea estaban ya arremolinados frente a la puerta, la mayoría callados, algunos cantando parabienes del difunto. Costumbre esta muy española, los que más te odian en vida son los que más te alaban en muerte.

Las puertas de la Iglesia se abrieron y Don Cipriano cumplió con su cometido. Luego un corto paseo de apenas unos pasos hasta el cementerio anexo a la Iglesia y directo al hoyo. Era lo bueno del último viaje en una aldea como aquella, ni el muerto necesitaba biodraminas, ni los vivos respiración asistida. Todo estaba pensado para que el último adiós fuera breve, en todos los sentidos.


El fallecido se llamaba Faustino, aunque en el pueblo era conocido como "el palomo", ya pueden imaginar el motivo. Aquello fue una maldición para una familia "de bien", un varón que no gustase de hembras no era bien visto en aquel entonces. Ni aún ahora en según qué zonas o estratos de la sociedad.

Sus padres poseían lagar y quesería. Un extenso campo de manzanos. Buen terreno de pastos y un centenar de vacas lecheras. La casa familiar era grande y con buenos acabados, ya se sabe que la fortuna de unos es la envidia de otros.

Desde la infancia sus inclinaciones, con la predisposición al contoneo, le hicieron ser el blanco de chanzas y bromas de sus compañeros de clase. Incluso del propio maestro. Sin embargo, Faustinito, aguantó con estoicismo todo ello. Incluso la vez que su padre, dispuesto a enderezar aquella desviación, le llevó a una casa de señoras de moral distraída en Santander. La "madama" fue clara al respecto: "a este gorrión no le va el alpiste salado".

A los treinta años se quedó sólo. Sus progenitores fallecieron en el plazo de un año, primero su padre, luego su madre. Decidió entonces que la aldea le quedaba pequeña y fue a vivir a Santander. Desde allí siguió con los negocios de la sidra y el queso, empleando a los que antes se rieron de él. Ahora le llamaban Don Faustino y descubrían su cabeza, mirando al suelo, cuando trataban con él. A los cincuenta conoció al que sería su pareja estable, Fermín, un andaluz emigrado desde Córdoba. Salió de allí por piernas esquivando las piedras de sus vecinos de barrio. Bien sabido es que no hay deporte más español que lapidar homosexuales. En general a todo aquel que sea distinto al resto.

A los setenta, con el bolsillo bien lleno, decidió que ya era hora de liquidar negocios y vivir la vida sin preocupaciones. Una multinacional francesa no le hizo ascos a comprar la marca siempre que la quesería se cerrase y así fue como una buena parte del pueblo se quedó sin ingresos. Ya no había quesos ni sidra que fabricar. Los frutales murieron por descuidados y las vacas pasaron a tener nacionalidad francesa.

Celebraban su ochenta cumpleaños, en su pisito de Santander con vistas a la bahía. Fermín se había lucido con el menú; mariscos, carnes y un bonito pastel de cumpleaños, todo a través de un catering. Eran diez en la celebración y sólo seis salieron vivos del hospital. Las ostras gratinadas fueron su perdición.


Al morir ambos la herencia quedaba en parte pendiente. Faustino había legado todo a Fermín mientras este viviera. Al fallecer ambos el asunto cambiaba y casi todos los aldeanos estaban citados para la lectura del testamento. Además, tenía su parte de morbo ver como enterraban a “el palomo” en un lujoso ataúd de roble, un poco más alto de lo normal, y saber que sobre su pecho descansaba la urna con las cenizas de Fermín. Una lástima que no hubiera habido velatorio.


Eduardo no estaba citado para la lectura, aunque tuvo trato con él. Por ese motivo, Inés, enterada, le obligo a asistir al funeral. A fin de cuentas, todas las navidades les llamaban para felicitarlos.

Por un motivo u otro la iglesia estaba al completo, incluyendo al grupo de amigos de los difuntos venidos desde varias comunidades. Todos ellos habían aparcado sus vehículos urbanitas en la plaza.


Durante la misa previa al sepelio el ruido de los truenos puso música de fondo, mientras el ataúd descendía al foso el cielo empezó a descargar una espesa cortina de agua. Todos entraron a la carrera, aquello iba para largo, el cielo era la panza de un grillo y no tenía pinta de parar de llover en un buen rato.


Eduardo decidió salir al pórtico de la iglesia y liarse un cigarrillo. Estaba en la primera calada cuando se dio cuenta de algo a lo que nunca había prestado atención: Todos los edificios alrededor de la plaza estaban elevados dos metros por encima del nivel de la misma. Le pareció preocupante.


Más fumadores, incluyendo algún amigo del difunto, salieron al pórtico. Llevaban dos horas de lluvia constante y espesa que casi impedía la visión. El nivel del agua había subido y estaba ya a un metro por encima del nivel del suelo. Encendía el cuarto cigarrillo, con bronca de Inés de fondo, cuando vieron pasar a Teófilo. Le seguía de cerca Lucía. En su persecución el Smart de uno de los amigos. Tras el vehículo, con sus luces de emergencia destellando y la alarma disparada. Esteban, que fue párroco antes que Cipriano, iba a la zaga. Uno tras otro los fallecidos de los últimos años iban desfilando. Finalmente apareció Faustino, con su flamante ataúd en roble, sellado herméticamente, que flotaba más que los antiguos e iba avanzando posiciones.

Una voz afeminada sonó tras ellos: “Esta pareja, mira que les gusta viajar de manera exótica”


Faltaba un palmo para que el agua inundara al suelo del pórtico. El resto de los coches emulaban al pequeño urbano camino del torrente.


Don Cipriano miraba atónito el espectáculo. Nunca en toda su vida de sacerdocio había visto huir de aquella manera a un grupo de difuntos de un camposanto. Eduardo, que veía como palidecía por momentos su curita, intervino: “¿Recuerdas cuando me contaste lo de que era tradición aquí poner una piedra sobre el ataúd? Lo achacaste a una superstición, que el muerto no pudiera salir. Bueno pues en parte tenías razón: era para que no saliera.”


Justo cuando el féretro de Faustino era engullido por el torrente dejó de llover. El nivel del agua tardó casi una hora y media en bajar hasta una altura asequible para llegar a los coches, es decir a nivel de la rodilla. Hubo que recurrir al tractor para recuperar un par de ellos. El Smart, junto con los difuntos, acabó en alta mar. Exceptuando el ataúd de Mateo, que quedó anclado frente a la Taberna, fiel a su costumbre en vida.



Don Sisebuto.


Cuando el nivel del agua menguó de forma ya definitiva el personal fue cambiando de templo. De la iglesia a la taberna. Ya se sabe, en este país se adora por igual al Dios del Perdón que al Espíritu de la Cerveza.

Pablo, tras la barra, tomó el relevo a Don Cipriano; cambiando citas eclesiásticas por cervezas bien tiradas, cafés con leche calientes y algún que otro vermut.

Nadie prestó atención a Sisebuto. Menudo en altura y formas, con barba corta en punta, melena engominada y repeinada; vestía traje de pana en color marrón oscuro, camisa de fibra en color crema y calzaba unos zapatos de charol brillante en pie grande, no más allá de una talla 36. Las dos únicas moscas que habían sobrevivido al chaparrón revoloteaban alrededor de su cabeza, atraídas por el tufillo indescriptible que el desprendía.

Los aldeanos pensaron que era un amigo del difunto. Los amigos que era un aldeano. Se apoyó en la barra y de puntillas pidió un orujo, su cabeza apenas sobresalía por encima del borde, de no haber sido por la barba le hubieran tomado por un chaval. Estaba disfrutando de la bebida alcohólica cuando notó un calor en el pecho, disimuladamente echó una ojeada al bolsillo interior de su americana, dos frasquitos brillaban en su interior. “Pan comido” pensó para sus adentros, ya llegaron al mar. Miró a su alrededor, tenía la capacidad de leer la mente de las personas y aquella taberna era una auténtica delicia para sus ambiciones. Casi todos los humanos pensaban en la herencia. Todos menos el cura, algo natural, y un tipo llamado...se concentró… Eduardo, eso es. Su acompañante tampoco parecía interesada en herencias, pero sí en unas cortinas de raso y … ¡vaya! Estaba preocupada por la celulítis en sus caderas y el decaimiento de sus senos. No era un objetivo prioritario, pero casi cualquier mujer presumida era una posible presa. Eso le enseñaron en la Academia especializada.

Decidió aprovechar el momento en que el acompañante se ausentó para ir al baño. Asaltó a Inés:


- Buenos días, señora.

- Buenos días.

- Verá creo que Vd. y yo podemos llegar a un acuerdo.

- ¿Un acuerdo sobre qué?

- Sobre sus caderas y sus senos.


El bofetón retumbó en el interior de la taberna con mayor fuerza que cualquiera de los truenos de la tormenta. El silencio se hizo en la sala de forma repentina, todos se giraron hacia el origen del estruendo. Sisebuto mantenía a duras penas el equilibrio mientras balbuceaba:


- Señora creo que me ha malinterpretado, yo pretendía solventar su problema de senos fláccidos.


El segundo no fue menor que el primero y equilibró los carrillos de Sisebuto al tiempo que lo hacía volar en el aire. Con buen criterio decidió hacer un mutis por el foro.


Ya en su cueva se palpó la cara, los manotazos casi le desencajan la mandíbula. Un premolar y dos muelas bailaban en sus encías, dispuestas a abandonar su lugar. Hablaba consigo mismo mientras se miraba en el espejo:


- Qué las mujeres presumidas son almas fáciles decían en la academia. Que eran pan comido para cualquiera decían ¡De las tortas que sueltan no hablaban, no!


Sisebuto era un diablillo de tercera categoría, recién licenciado en la Academia de Altos Estudios Luciferinos, con un máster en “Captura de Almas por Contrato”. Aunque había conseguido ser el número tres de su promoción debía obtener experiencia como becario, sin paga, durante al menos un año y para ello su director inmediato le había enviado a Cantabria, con el objetivo de capturar cinco almas. Debía valerse de su ingenio y del contrato modelo A-115, disponible en la web. En el se especificaba que a cambio de un deseo cumplido el mortal cedía su alma.

Su vida mortal, como David De Salazar notario salmantino, le había dado las herramientas necesarias para cumplimentar el complicado formulario de veinte páginas y que, por una fuga de Capital Intelectual, dio pie al primer formulario usado por la Hacienda Pública de varios países. Su versión más reducida fue usada por las compañías eléctricas, como factura.

Carecía del don de gentes necesario para engatusar al personal, así que decidió enrolarse en el curso académico de promoción para poder dejar el puesto asignado en el inicio de su estancia: “higienista anal”. Consistente en limpiar dicho punto anatómico de los diablos de clase superior. No hubiera estado mal, no era un trabajo complicado, si no fuera porque el instrumento a usar era la propia lengua y nunca se sabía que bazofia habían comido, ni cuando iban a expeler el resultado.

Tres largos años de estudio le llevó conseguir la titulación, para el máster tuvo que presentar los créditos obtenidos con la limpieza de mil anos, fuera de jornada laboral. Únicamente dos diablillos le superaron en puntuación en el examen, pero tenían ventaja, en vida se dedicaron a la política; ya sobresalían como higienistas y destacaban aún más en la academia en los apartados de “engaño” y “soborno”. Puntos muy valorados a nivel infernal.

En su vuelta a la vida mortal le asignaron un nombre nuevo y tras ello amaneció en una cueva cántabra, sin más.

La cueva tenía lo esencial: un jergón en el suelo donde dormir, un cubo para las necesidades, un espejo para el afeitado, un vaso con un cepillo de dientes desgastado y un chorro de agua helada, que caía del techo, haciendo las veces de ducha. No había cocina ni nada similar, cualquier insecto o alimaña eran alimento y mejor si estaba crudo, así no perdían propiedades alimenticias.

Tuvo la suerte de conocer a Fermín, que le presentó a Faustino y, bajo el condicionante de navegar juntos en un crucero con destino a Islandia, firmaron el contrato ¡Dos almas en menos de una semana! Aquello pintaba fácil. La espera tras las exequias para leer el testamento y su contenido le proveerían de otras, o eso esperaba. Ahora, con ambos carrillos hinchados como globos, se recriminaba a si mismo por haber sido demasiado ambicioso y confiado. Decidió dormir un poco, no iba a necesitar almohada.



Eduardo salió del baño y encontró a Inés con cara de preocupación. Los poderes de Sisebuto podían eliminar partes de la memoria reciente y eso había hecho antes de salir por la puerta. Nadie se acordaría de él.

- ¿Estás bien? Te veo preocupada.

- Dime la verdad ¿te parece que tengo más caderas que antes?


El sistema de alarma temprana, disponible como opción para el género masculino, disparó sus alertas. Una voz subconsciente empezó a organizar la defensa: “¡Entrando en Defcon2! Rápido, desactivar el módulo de respuestas sinceras. Activar el de mentiras por supervivencia”


- No, cariño, tienes las justas y necesarias.

- ¿Seguro que no estoy más gorda?

- ¡Que va! ¡Estas más apetecible!

- Y de mis senos qué opinas.


Las sirenas aullaron en la cabeza de Eduardo “¡Defcon1! ¡Ojos mirando los senos fijamente¡! Libido en acción¡¡Imaginación piensa en la delantera de Angelina Jolie! ¡Antes de operarse gilipollas! ¡Mierda…no funciona…piensa en Sofia! ¡La pescadera no, la Loren! ¡Cuando joven! Erección en curso ¡Sibarita te has vuelto!


- Cariño, que me matas, pero ¿no ves lo que provoca eso?

- ¡Uy! Siéntate y disimula, que viene Don Cipriano.


Uf, volvemos a situación Defcon3. A pasado el peligro. Libido prepara los sistemas para una sacudida nocturna.”


Cuando el cura se sentó a la mesa Inés lucía risueña y un extraño brillo iluminaba sus ojos. Prefirió no preguntar y pedir un vermut rojo.




Singladura.


Poco a poco los fugados del cementerio fueron apareciendo. Las capturas de camarones, gambas y centollos aumentaron durante la semana que precedió a los hallazgos. Incluso hay quien dice que estaban más sabrosos. Uno a uno fueron apareciendo los difuntos en la playa, llevados por la corriente, incluyendo al pequeño utilitario. Todos salvo el féretro de Faustino y Fermín.

Se celebraron nuevos enterramientos, aunque en el caso de Lucía, la más veterana del grupo, poco quedaba de ella y menos aún tras el baño. Apenas unos pocos huesos que se mantenían unidos por medias y refajos.

El ojo de cristal de Don Teófilo fue recuperado por una niña, pensó que era un caramelo hasta que su madre se lo quitó de la boca. La niña no sufrió daño alguno. La madre sigue tan histérica como antes. El marido no ha notado diferencia en el comportamiento de ambas.


Habían transcurrido dos semanas desde la inundación. Todos habían vuelto a su sitio y una piedra de buen tamaño descansaba sobre cada uno de los ataúdes. Sencillos, pino amarillo y cuatro clavos. La Diócesis no estaba para gastos extraordinarios.


Don Cipriano miraba el pequeño cementerio desde la escalinata. Todo en orden de nuevo, cada muerto en su lugar, con su piedra, su misa póstuma, al fin un poco de calma. Pero la vista se le iba, una y otra vez, a la fosa abierta y vacía de Faustino. Había algo en ese charco de lodo que

provocaba un escalofrío en su columna vertebral.


Faustino flotaba en el Mar Cantábrico, doblaba el Cabo de Ajo y enfilaba rumbo al País Vascofrancés empujado por una corriente cálida. La caja se había sumergido ligeramente, un palmo bajo el agua. La cruz dorada que adornaba su tapa se había desprendido. Ahora era invisible para los servicios de búsqueda. Llegó a la altura de Biarritz y entró con determinación en el Canal de La Mancha.

Un pesquero francés de bajura paso su quilla por encima abriendo una pequeña vía de agua. Lenta e inexorablemente el féretro se sumergía, aunque mantenía una cámara de aire en su interior. Quizá fuera la suerte o el destino, pero navegar a veinte metros de profundidad le permitió esquivar las hélices de los grandes petroleros, cargueros y otros mercantes que abarrotaban el Canal.


Sisebuto despertó sobresaltado en su cueva. Si el ataúd no cumplía un mínimo de viaje el contrato se consideraría roto y las almas serían liberadas. El problema de ser una diablillo, de cualquier categoría, es que no se podía esperar en modo alguno ayuda divina. Justo amanecía en el momento que se desveló. Sus carrillos habían recuperado un tamaño normal y su estómago gruñía. En el infierno jamás sintió hambre.

La noche anterior había limpiado de alimañas la cueva. Tendría que buscar en los alrededores. Un arbusto cargado de cerezas de pastor fue su primer bocado, un topillo despistado el segundo y ,por fin, un bocado digno de un gran diablo, una enorme rata de campo que devoró con fruición. Lanzó un eructo al terminar el festín. Había dormido demasiado y el tiempo apremiaba.

Volvió a la cueva y se adecentó lo suficiente como para parecer un humano. Lavado de cara, peinado, cepillado de dientes…las abluciones típicas de cualquier humano. Desdeño darse una ducha, hubiera sido exagerar. Tenía que ejercer de notario en díez días y sus ropas no eran lo suficientemente serias como para representar el papel.

Usó sus poderes, cuatro dedos recogidos y pulgar desplegado a pie de carretera, para que un coche le llevara hasta Santander. Allí encontraría donde conseguir ropajes adecuados.


Fermín avanzaba a dos nudos de velocidad, había sobrevivido al paso de Calais y seguía con rumbo a Rotterdam. Si conseguía superar aquel punto el contrato se habría cumplido casi en su totalidad. Sin embargo el féretro, de roble macizo “made in China”, había empezado a mostrar que no era tan macizo y tras despegarse el chapado de roble el agua empapaba el papel maché que lo conformaba, diluyéndose en el mar lentamente. Si un “médium” hubiera estado allí habría podido oír la conversación:


Faustino - Hace frio, carallo.

Fermín - A mi no me digas nada que estoy muy quemado.

Faustino - Es lo que tiene la incineración.

Fermín – Tú y tu manía de hacer viajecitos exóticos.

Faustino – A que te suelto y te las apañas tu sólito.

Fermín - ¡Ja! Con el embalsamamiento estas más tieso que la mojama, querido.

Faustino – Te quejarás. Ya debe faltar poco para llegar a Islandia.

Fermín – Sólo a ti se te ocurre llevar a un incinerado de vacaciones a un país de volcanes.

Faustino – Mira que te lo dije: “escoge la opción clásica”.

Fermín – ¡No me toque las cenizas!


Sisebuto se plantó ante unos grandes almacenes en una de las principales avenidas de Santander. Dudo unos instantes, no recordaba que existieran tiendas así en el tiempo en que él vivió, a lo sumo unos ultramarinos más o menos surtidos. Nada similar. Un guarda de seguridad le saludó al entrar. Diez pasos después una dependienta uniformada se le acercó y le roció con un nebulizador al tiempo que le describía el producto: “Es la última novedad en colonias para hombre, marca Lucifer. Para los que son auténticos demonios en la noche.” Acompaño la frase con un guiño travieso y una mirada a la entrepierna del demoníaco cliente. El ser un diablillo proporcionaba un aparente aparato sexual, que no tenía mayor función que la de molestar al portador, era inoperante.


Se dirigió con decisión hacia unas escaleras diseñadas, sin duda, por el mismísimo Belfegor. Se movían solas y los humanos simplemente se posaban en ellas. Eran la viva representación de la pereza. Se quedó pensativo mirando como aparecía el primer escalón. Un empujón le llevó a ocupar su lugar en el artefacto. La gente tenía prisa, era temporada de rebajas y parecían empellidos por una necesidad irracional de comprar cosas innecesarias.

Dos cincuentonas se peleaban en la primera planta, sección ropa juvenil, por un vestido de la talla 36. Calculó a ojo que la que menos necesitaba una 54 y en aquella sección la talla más grande no pasaba de la 40 en algunos modelos. Dos dependientas las miraban desde un rincón cruzando apuestas sobre cual de las dos se llevaría el trozo de tela cuando una octogenaria, bastón en mano, se les acercó con un trikini a preguntar si sería de su talla.

Siguió subiendo. El gentío cada vez era mayor. Segunda planta: “Moda Señoras”. La compra compulsiva que se desarrollaba a su alrededor le pareció digna del buffet libre de un hotel con clientes del “hogar del fósil palentino”. Sintió un pellizco en su trasero. Al volverse se encontró con la octogenaria del trikini que le giñaba un ojo.

Tercera Planta: “Sección Caballeros”. Al fin había llegado a su destino. Estaba hojeando en la sección de trajes “listos para llevar”, confección “Pietro Pascucci”, cuando un amable dependiente se ofreció a ayudarle. Sisebuto notó la diabólica presencia al momento. Era un diablo de quinta categoría, su función era engatusar a los mortales para que en virtud de sus impulsos más primigenios pecaran y terminaran, con suerte, en el infierno. Una especie de “becario infernal” que, en vez de hacer fotocopias, vaciaba tarjetas de crédito y débito. Hablaremos del infierno en otro capítulo. La plaquita en el pecho le identificaba con el nombre de Gabriel, al ver a Sisebuto lo identificó como congénere y procedieron a la ceremonia de la presentación. Dicha ceremonia consistía en dar vueltas sobre el mismo punto, olisqueando el ano del contrario, durante al menos un minuto. Por suerte las rebajas cegaban a los mortales y nadie reparó en dos adultos oliéndose el culo mutuamente, con sumo deleite. En condiciones normales la presentación hubiera terminado en un acto de sodomización, del diablo de menor rango por parte del de mayor. Era la manera de demostrar quien mandaba. Poco más o menos lo que ocurre con los mortales entre jefes y subordinados en cualquier empresa. En este caso de manera menos metafórica.

Sisebuto, con buen juicio, prefirió dejar el tema protocolario final para mejor ocasión. No era cuestión de provocar escándalos e importaba más la reunión. Gabriel hizo lo que pudo con el vestuario disponible, pero no había tallas suficientemente pequeñas.

Gabriel le acompaño amablemente hasta la sección infantil y le presentó al dependiente. Otro diablo, pero este mucho peor, de nombre Serafín. En su vida anterior había sido fraile director de un coro de voces blancas. Ya pueden imaginar cuales fueron sus pecadillos. Incluso a Sisebuto le resultó repelente y no le hizo el honor de oler su trasero. Clara muestra de desprecio. Cabe decir que Lucifer sabía lo que se hacía, antes de enviarlo a la vida se preocupó personalmente de que no tuviera impulsos sexuales de ningún tipo y no es de los que se anda con pequeñeces ni sutilezas. Por fin en la sección encontró lo que necesitaba; aunque durante unos instantes dudó ante un traje de marinerito ,de los usados para la Primera Comunión. Lo desechó con pena, no le pareció serio para el papel de notario.

Llegados a este punto es conveniente describir físicamente a Sisebuto: Como ya ha quedado claro no llegaba al metro cincuenta de altura. Melena corta peinada estilo “banquero”. Barriga aparente. Paticorto. Espalda ancha en exceso. Cuello corto y ancho. Barbita en punta y ojos castaños. Calzaba un 48.

Decididamente el “prêt a porter” no estaba diseñado para él. El sastre tuvo que hacer encaje de bolillos para adaptar el vestuario a un cuerpo tan desafinado. Tendría que volver a recoger todo en una semana.

Ya que estaba allí aprovecharía para ponerse al día dando una vuelta por el resto de pisos. Le llamaron especialmente la atención la sección de electrónica y la de deportes. Allí estaban muchos de los grandes inventos del departamento de I+D infernal, promotores del consumismo. Este sustituía al pecado de la gula, ya desfasado y relegado al olvido. Aún resonaban en su cabeza los gritos de Belcebú contra los veganos y vegetarianos. Especialmente enfático fue con los nutricionistas y dietistas.

Belcebú no era precisamente un don nadie. La afrenta les salió cara a los herbívoros (así les definía). Creo un infierno especial para ellos, lleno de carnes, embutidos, aceites grasos saturados y platos dignos de la estepa siberiana. Ni una brizna de lechuga, ni un brote de bambú, sólo carne y más carne.

Para rematar separó ese infierno con un triple cristal antibalas , de alta transparencia, del de los argentinos y uruguayos. En el cual solo se servía Tofú y verduritas hervidas o a la plancha.

Con esa acción potenciaba el sufrimiento de ambas partes. Mala leche no le faltaba al amigo.


La sección de deporte, con sus máquinas, le recordó los buenos tiempos en que se torturaba de forma sádica a los pecadores. Bancos de remo, bicicletas de spinning, máquinas de pesas, todo había derivado de los instrumentos usados por la Santa Inquisición para conseguir las confesiones. No acabo de entender lo de los aparatos para “Pilates”, a él le habían enseñado que bastaba una jofaina con agua, una palangana y una toalla de hilo para eso. Pero lo que más le llamó la atención fue la sección de Yoga ¿Cómo podían existir cosas para prácticar yoga? Realmente los humanos estaban un poco locos. Si Buda levantara la cabeza.


Finalmente en la sección de “running” se encaprichó de unas zapatillas de colores fosforescentes y precio estratosférico. Cogió un par y se dirigió al probador con ellas, añadió una camiseta a juego, “técnica de alto rendimiento” rezaba la publicidad. Completó el conjunto con unos pantalones elásticos ceñidos en color “verde pistacho reluciente”.


Hagamos un alto para hablar un poco de la organización infernal. Para ellos permítanme hacer un pequeño esbozo de :





Infernus S.A


Como cualquier empresa su estructura recuerda la de un árbol de Navidad. Esta dirigida por un presidente, en este caso se alternan Lucifer y Satanás en el cargo, más un consejo de administración conformado por el resto de los demonios mayores.

Habrán observado que se trata de una sociedad anónima, tiene su explicación. Las acciones de la empresa se reparten entre presidentes, consejo de administración, y el “Gran Jefe”. Dado que poner nombre a este podría llevar a herir susceptibilidades le llamaremos Don Pepe, pero es el jefe de la parte celestial del tema. Ya saben quién les digo.

Las acciones se reparten en un 51% para Don Pepe y el resto se dividen entre los demás accionistas.

Cuentan también con consejeros, en su mayoría antiguos miembros de la Inquisición, o de las ramas más radicales de las distintas creencias.

Antes de continuar con la descripción permítanme una aclaración. El infierno es únicamente masculino. No hay diablesas, ni diablos femeninos, quien les haya dicho lo contrario miente. Don Pepe, en su infinita sabiduría, decidió que sólo aquellos entes dotados de alma podían caer en el pecado. Si tenemos en cuenta que su principal organización en la Tierra decidió que las mujeres no podían decir misa por carecer de alma ¿Quién soy yo para llevarles la contraria a tan doctos teólogos o al mismísimo Don Pepe?

Establecido el hecho continuemos.

Es una empresa regida por el sistema de méritos. Como cualquier multinacional. Se asciende de categoría mediante formación continua, consecución de objetivos y méritos. Todo ello se valora y provee a cada diablo de un número determinado de “red points”, que se computan en una evaluación anual juntamente con el director inmediato del individuo. La evaluación es totalmente subjetiva y el individuo promocionará de acuerdo a lo que el director decida, independientemente de la cantidad de “red points” obtenidos durante el año. Como pueden observar la objetividad es total.

El objetivo de la empresa es, en esencia, vender un producto a la mayor cantidad de mortales obteniendo en pago su alma. En su caso cualquier tentación que los hiciera recaer en uno o varios de los siete pecados capitales. Ello requiere cierta habilidad para el marketing y un personal de ventas al mismo tiempo agresivo y bien formado. Apoyado por varios departamentos subsidirarios que los sustentan.

Otro de los puntos fuertes de la empresa es la sección de I+D. Uno de sus grandes hitos fue la creación de internet, supuestamente para facilitar el intercambio de ideas, aunque en realidad lo era para el pecado de la carne. Otros muy sonados fueron: la invención de la telefonía móvil, el tabaco, la minifalda y el “wonderbra” ¡Cuantos pecadores han caído en las redes de los pescadores de almas por culpa de ellos!¡Y cuantos desengaños no se habrán llevado con el último!

Los méritos y los puntos que aportan se encuentran detallados en los manuales, creados por el departamento de Recursos Inhumanos. Departamento común a todas las empresas de los mortales.

Existen barreras departamentales, por supuesto, solo faltaría que se hablasen entre ellos normalmente y con fluidez.

Evidentemente no todos los departamentos coinciden con las empresas humanas. El departamento de Ventas, el Financiero, el de Administración y el de Recursos Inhumanos son comunes. Sin embargo, existen departamentos infernales específicos para cada creencia e incluso para los no creyentes. Dentro de ellos se subdivide por nacionalidad u origen cultural e incluso por pecados. En cada uno de esos departamentos se dispone de un departamento de personal, que gestiona contrataciones directas, un servicio de limpieza, servicios de tortura y azote, un grupo de técnicos especialistas y ,por supuesto, becarios.

¿Sorprendidos? No deberían, es una empresa típicamente capitalista ¿Quién creen que invento el Capitalismo Liberal? A esa corriente mortal se asignó a un diablo mayor: Mammón. Con dos emes, no me sean malos. Este se encargó de que, en la evolución de la especie humana, el deseo de de propiedades fuera cada vez mayor. Así pasamos de una civilización de necesidades básicas a una en la que lo superfluo es general. Su éxito es indiscutible ¿Quién podría vivir sin el último modelo de teléfono móvil?¿Sin una televisión de al menos 60 pulgadas?¿Sin un vehículo por miembro de la unidad familiar? ¿Sin cambiar su vestuario año tras año? ¡Ah, la moda! Otro gran invento de Mammón. En tiempos la vestimenta servía para cubrir las partes pudendas. Protegerse de los rigores invernales. Bastaba con un quita y pon, mientras una muda se secaba al sol la otra se llevaba puesta. Con la invención de la moda todo cambió y los fabricantes de armarios se hicieron de oro, al mismo tiempo hubo que inventar la tarjeta de crédito. Otro gran éxito del departamento de I+D en cooperación con el departamento financiero. Es sabido que los grandes diseñadores de moda van directos al cielo por su aportación de almas al infierno, sean cuales sean sus pecados terrenales les son perdonados por ello.


El departamento financiero es imprescindible por cuanto muchas misiones de los diablillos se producen en el mundo mortal ¿No les iban a soltar mano delante y mano detrás? Hay que dotarlos de pecunio con el que puedan moverse normalmente entre nosotros. Para ello se creó en su momento una entidad integrada en el sistema bancario, cuyo nombre no voy a desvelar. Manirrotos como son por definición los diablos, el departamento realiza un ferreo control de gastos y exige justificante de todos ellos mediante los impresos preceptivos.

El departamento de Administración se encarga de los trámites internos y de proveer de cualquier tipo de impreso necesario para las distintas funciones. Aquí encontramos como director a un tal Kafka, un genio de la organización administrativa. Como demuestran sus obras literarias en vida.


Como ya se ha dicho, cada infierno tiene su departamento de personal que contrata según necesidades. Rindiendo cuentas a los otros departamentos importantes e imprescindibles en cualquier empresa capitalista. Esos infiernos son especializados en materia de castigo y tortura; así en los infiernos de tipo “independentista” el castigo básico consiste en escuchar el himno del país y los discursos de los lideres políticos henchidos de patriotismo.

Por esclarecer pongo el ejemplo del infierno dedicado a España. En el de los vascos, navarros y catalanes se ven obligados a oír la “Marcha de Infantes”, versión cantante pop, es decir con letra, una y otra vez. Además ,en el caso de los recalcitrantes, se les dan largas sesiones de discursos del Generalísimo en la Plaza de Oriente. Con el coro de asistentes gritando aquello de “Viva España”. Juzguen ustedes la crueldad del tema.


Básicamente el infernal castigo se basa en someter a los penados a todo lo contrario a lo que les gustaba en vida.


Sé que se hacen algunas preguntas:

¿Hay paro en el infierno? No, la ocupación es siempre del cien por cien, los excedentes se quedan en el Purgatorio.

¿Quienes son los becarios? Aquellos que en vida adoraban al diablo en vez de a Don Pepe.

¿Entonces mi suegra no va a ir al infierno? Otra vez la respuesta es “no”. Las suegras, cuñadas fastidiosas y otros entes femeninos del mismo tipo,se reencarnan al momento en pares iguales, e igualmente fastidiosos. Se cree que se reproducen por mitosis, para asi poder cubrir todos los puestos necesarios, pero nunca abandonan la vida terrenal. A día de hoy no se les reconoce alma, aunque en su mayoría lo demuestran siendo unas “desalmadas”.

¿Entonces el plasta de mi cuñado? Ese es un tema aparte. De vez en cuando uno de esos espíritus femeninos se apodera de un cuerpo masculino, dando como resultado una singularidad llamada: “cuñado”. No se conoce como interaccionan alma y espíritu, pero a la vista está que muy bien no funciona el asunto.

¿Si el infierno es capitalismo liberal que es el comunismo? Una forma de infierno en la Tierra para muchos y una forma de vivir bien para unos pocos. Para todo Yin debe existir un Yan, piensen en ello.


Sin embargo, lo del alma femenina es algo que ha sido pactado entre Don Pepe y los demonios mayores. Luego los acólitos del primero se lo han hecho creer al resto de los mortales. En realidad el tema es muy diferente ¿Cómo iban a retirar de la circulación a uno de los mayores proveedores de pecadores? Retirar las almas femeninas al infierno sería un prejuicio. Imaginemos cuantas almas cayeron en pecado de pensamiento, en algunos casos de obra, viendo a Rita quitándose un guante de manera sensual. No digamos las que fueron infernalizadas gracias a las sinuosas curvas y aparente inocencia de Marilyn. Llevemos el tema a la actualidad, seguro que se les ocurre alguna otra fémina lujuriosa que despierta sus ocultos apetitos animales. Simplemente se las deja en el Limbo, se multiplican y se reutilizan.

Claro que Don Pepe puso sus condiciones y no hace falta que las exponga aquí, de todos son sabidas. Empezando por esa extraña reacción química en el cerebro llamada “amor”, que obnubila los sentidos, y la común confusión entre este y el deseo.


Volvamos al tema de la empresa infernal y veamos un ejemplo.


Paquito, que aunque su madre era una Santa era un Hijo de ...bueno,eso, muere. Su alma va directa a la cola del Purgatorio donde los especialistas en selección de personal, del departamento de Recursos Inhumanos de Infernus S.A, realizan cribados periódicos. Su curriculum vitae, redactado por su “angel de la guarda”, es su presentación. En el se relacionan todos sus pecados de manera que es fácil saber cuales podrían ser sus méritos al servicio de la empresa. Se inicia entonces un proceso de selección, en modo oposiciones, entre los candidatos. No ha trascendido gran cosa de las pruebas y exámenes que se realizan en el proceso. Solo se sabe dos:

Capacitación para la escucha: El opositor debe ser capaz de aguantar sin dormirse, ni bostezar, dos discursos de Fidel Castro. Consecutivos.

Criptografía avanzada: Debe ser capaz de desentrañar un recibo de la compañía eléctrica sin uso de herramienta de cálculo alguna. Si supera este punto debe realizar una Declaración de Hacienda con Patrimonio, como si fuera un autónomo del sector de la construcción. El resultado de la misma debe ser “A devolver” y no deben notarse las trampas.


Es notorio que en los últimos tiempos únicamente opositores procedentes del ramo de las telecomunicaciones han sido capaces de superar las pruebas en su totalidad.


Supongamos que Paquito consigue superar las trabas y ya es un diablillo oficialmente. Se le dota de un identificador personal, que debe llevar en lugar visible permanentemente. Dado que los diablos van desnudos el identificador– conocido vulgarmente como “badge”- se fija en su pecho con grapas ardientes. El color de fondo del “badge” indica a qué áreas tiene permitido el acceso y en qué condiciones. También le identifica como perteneciente a un determinado “infierno”.

Paquito empieza así su carrera en la empresa con categoría de diablillo junior, equivalente a “mileurísta” en el mundo real. Mediante un programa de formación continua, que le obliga a realizar un mínimo de horas de estudio anualmente, fuera de su jornada laboral, crece en conocimientos que se van añadiendo a su perfil laboral. Colabora en los trabajos habituales junto a otros de categoría Senior, de los que aprende los mejores métodos, hasta llegar el mismo a ser promocionado a esa categoría. En ese punto empieza la carrera real dentro de la empresa ¿Cual es su capacidad para pisotear a sus compañeros?¿Dejar en evidencia al resto?¿Atribuirse méritos ajenos? Si resulta altamente competente en esos menesteres promocionara al siguiente escalafón. Pudiendo llegar a Director de Primer Nivel del infierno al que fue asignado.

Es raro que pueda saltar de ese punto, debido a la compartimentación de funciones existente en la empresa. A día de hoy no se ha dado ningún caso, excepción hecha del departamento de Ventas.


¿Ha quedado claro? Espero que sí, porque toca volver a lo que interesa. Sisebuto y la aldea.



La tentación octogenaria: Doña Remedios.



Estaba Sisebuto enfrascado en quitarse y ponerse ropa cuando entró en el vestidor la octogenaria del trikini. Iba armada de un rostro botulimico cubierto de pinturas de guerra. Senos y glúteos siliconados, al igual que sus labios. Por un momento nuestro diablillo no supo como reaccionar, en el infierno no ha sexo femenino ¿recuerdan?

Un cachete en su trasero le indicó que aquello iba a ir a mayores, como así fue. Doña Remedios, viuda de militar, con ochenta años recién cumplidos y que había invertido parte del seguro de vida de su santo marido en cirugía estética le había echado el ojo a la bien dotada parte genital de nuestro diablillo. Claro que no podía saber que era prácticamente inoperante. Sin embargo ella no era de las que se daba por vencida así como así. Aplicó en primera instancia sus manos. Pensó deben estar frías porque no funciona. Arrodillada frente al estupefacto Sisebuto aplicó todo su poder de succión, los labios siliconados sellaban cualquier fuga de aire. Quiso el gran diablo que aquello despertará lo que durante siglos había estado dormido y ¡Ríanse ustedes de los actores porno profesionales! Doña Reme “la recatada”, como la conocían en sus círculos sociales, había conseguido el primer hito ¡Una erección del demonio! Nunca mejor dicho. Se dijo a sí misma “igualito que con mi Venancio, esto nunca falla”. No sabía la pobre lo que le esperaba.

Como ya se ha comentado existe un protocolo demoníaco de olisqueo y penetración. Aquí no hubo olisqueo pero sí penetración. Aun cuando había despertado el instinto en Sisebuto este se había acostumbrado a los métodos infernales así que procedió en función de ellos. No entraremos en mayores detalles dado que son escabrosos. Dejo a la imaginación del lector lo que ocurrió en las dos horas precedentes. Sí, dos horas, si hubieran estado ustedes sin catar señora durante una eternidad ¿Acaso no hubieran repetido plato?

Sea como fuere, pasado el primer mal trago, Doña Reme estimó que no había estado del todo mal y que si conseguía domar mínimamente a aquel portento de carne, llevándolo al camino “correcto”, sus anhelos serían colmados. No se diferenciaba en ello de cualquier otra mujer que al ver al mozo que le conviene piensa: “tiene defectos, pero ya lo haré cambiar”. A veces incluso lo consiguen, mediante una rigurosa doma del interfecto.

Estaba a punto de cerrar el centro comercial cuando salieron de allí. Doña Reme colgada del brazo de Sisebuto. No era amor, era necesidad. No podía caminar bien.

Así fue como Sisebuto se mudó de su caverna a un pisito en condiciones, con vistas a la bahía. El destino entre los humanos le sonreía. Su alimentación no le convencía. “Donde haya una buena rata que se quiten cachopos” se decía a si mismo. Pero la nueva ubicación le confería mayor credibilidad y el ejercicio físico que requería contentar a Doña Reme tampoco le disgustaba. Incluso había empezado a adelgazar.

Por otra parte los gritos de Doña Reme durante las sesiones de gimnasia sexual, ahora por el camino correcto, resultaban gratificantes a sus diabólicos oídos. “La estoy martirizando como un diablo mayor” pensaba. Aunque nunca alcanzó a comprender el significado de la frase, que en pleno éxtasis lanzó la martirizada en cierta ocasión: “¡Ay, Venancio, que engañada me tenías!ª.


Doña Remedios era mujer de misa dominical y no estaba para romances raros. Visto el percal no era cuestión de dejarlo suelto, no fuera que alguna pelandusca se lo quitara. Así pues al segundo día de compartir cama le plantó los impresos de boda civil a Sisebuto. Ya habría tiempo para certificar la unión ante Don Pepe.

Aquello pilló a contrapelo a Sisebuto. Pero le interesaba la situación y aunque el pisar una iglesia no le apetecía en absoluto, solo pensar en ello le producía picores, firmó. Ya veríamos como escapaba de la ceremonia.

Hay que tener en cuenta que pisar suelo sagrado, sea cual sea, no es gusto de diablo alguno. Se le echarían encima las gárgolas, siempre vigilantes, y esas no se andaban con chiquitas. Primero muerden y desgarran, luego preguntan. Eso sin contar que todo sería poner pie una losa bendecida y arder en llamas. Ni imaginar quería lo que pasaría si debajo hubiera enterrado algún piadoso monje.

Así, sin quererlo, pasó a ser el primer diablo casado por lo civil de todos los infiernos.


Era la mañana del tercer día y hoy tenía que ir a recoger los ropajes. Taza de café en mano. Brebaje que le recordaba a los ríos de alquitrán ardiente en que se obligaba a los pirómanos a sumergirse hasta que su escroto quedaba sumergido.

Antes había desayunado bien, abrió el armario metalizado al que llamaban “frigorífico” y allí vio un pollo crudo. No le pareció mal bocado, echo mano del pollo y quitó el envoltorio, dio un bocado de prueba. El frio de la nevera le daba un cierto toque cadavérico que no le disgustaba. Nada que ver con un buen cuervo o una lechuza, pero no estaba mal del todo. Se zampó hasta los huesos y se preparó un café.

Se acercó al ventanal. Justo amanecía y había gente corriendo por el paseo, con sus vestimentas de “runner”. No había tiempo debía asearse. Desde que descubrió el agua caliente ya no le molestaba tanto el aseo. Miró de reojo el dormitorio. Doña Reme estaba tumbada en la cama, boca arriba, los brazos en cruz, las uñas clavadas en el colchón, los ojos en blanco, boca entreabierta en sonrisa de satisfacción e hilo de baba corriendo en su mejilla. Quizá se había pasado un poco.

Los diablos no obtienen gratificación sexual del acto como tal. Sin embargo la propensión a los gritos espasmódicos de Doña Remedios le hicieron pensar que la estaba mortificando y eso sí le producía cierto placer. Viendo que a mayor frecuencia y fuerza en la penetración, más gritaba la dama se había empleado a fondo. Doña Reme llevaba tres horas en éxtasis continuo.

Los grandes almacenes no quedaban lejos, podía ir a pie, tras la higiene personal que ahora observaba como casi cualquier humano. Vestido con su traje de pana, lavado y planchado con mimo, salió hacia allí. Se guardó en el bolsillo el juego de llaves que le había dado su esposa.

Al llegar al zaguan del edificio se miró en el espejo que lo decoraba. Habló con su imagen:


-Pues ni tan mal. Ni vivo tenía yo esta pinta, mejor estaré con los trajes.


Se sonrió a si mismo y salió a la calle. El día era fresco pero agradable. Se sorprendió a si mismo silbando “La Cabalgata de las Valquirias” mientras caminaba. Era un diablo feliz, que es mucho decir para un diablo.


Al llegar se repitió el ritual: saludo del “segurata”, rociada de perfume, empujón en las escaleras. Consiguió llegar a la sección. Las rebajas aún seguían. Serafín le atendió al momento, agradecido por alejarse de una niña en traje de princesita, intentando hacer tiempo para que aquella pesadilla desapareciera. Viendo el sufrimiento de Serafín nuestro diablo procuró que todo fuera rápido. Se fue pensando: “¿qué te habrá hecho el gran jefe para que la visión infantil obre en aquel enorme diablo tal reacción? Suerte que lo mio no fue nada parecido.”.


Volvió a casa tras tomar otro “Cargado, Amargo, Fuerte, Espeso” en un bar. Reme le había regalado una cartera y le había provisto de efectivo. Dos horas y media después de su salida volvía a estar en el piso. Reme ya había vuelto a la realidad. Sentada, con un almohada entre la silla y sus posaderas, mojaba una magdalena en café con leche. Le dedicó una mirada de libido satisfecha y gata celosa al tiempo, mientras hundía otra magdalena en el líquido marrón. La bolsa de veinticuatro estaba ya vacía.


Sisebuto dejó los trajes sobre la cama, volvió a la sala comedor y se sentó en el sillón orejero. Aquella vida no estaba mal, nada mal.


En el infierno Lucifer sonreía.